15/12/2023: Gente x gente ft. TLM

Cerramos el año con este eventazo organizado por las chicas de Gente x gente que nos eligieron para participar de la edición 2.° aniversario de este ciclo de lecturas.

La lluvia no fue impedimento y copamos Las Deudas para escuchar a cinco actrices que leyeron diferentes fragmentos de textos de cinco de nuestras autoras. 

El line up fue el siguiente:

Camila Mateos leyó a Adriana Riva

Julieta Berenguer leyó a Olivia Gallo

Yanina Gruden leyó a Leticia Rivas

Almudena González leyó a Nina Avellaneda

Laura Nevole leyó a Cynthia Rimsky

Para cerrar las lecturas, Magalí Etchebarne leyó poemas de Cómo cocinar un lobo y Paul Higgs coronó la noche con un set acústico.

18, 19, 20, 21 y 22 de octubre: Nos fuimos a Alemania

Fuimos una de las cinco editoriales seleccionadas por la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería de la Nación para viajar a la feria del libro más grande del mundo.

Así que armamos nuestras valijas llenas de libros y de catálogos, y nos adentramos a esta enorme aventura que fue la Frankfurter Buchmesse.

Allí no solo recorrimos los distintos pabellones, también tuvimos más de veinte reuniones con editoriales y agencias de todas partes del mundo.

Además, presentamos en Berlín la editorial en la hermosa librería literaria española Bartleby & Co. Nos acompañó Ana Carucci, la directora de arte de la editorial con quien hablamos de nuestras colecciones y el proceso creativo de las portadas.

Gracias a todxs lxs que nos acompañaron e hicieron posible este viaje.

3, 4, 5 y 6 de agosto: Feria de Editorxs 2023

Ya un clásico de todos los años, participamos de la nueva edición de la FED.

Estuvimos presentes en nuestro stand los cuatro días que duró la feria y Magalí Etchebarne realizó una firma de libros el día sábado 5 de agosto por el mediodía. Además contamos con la visita de autorxs TLM que pasaron a visitarnos al stand.

Felices de formar parte de este evento que ya se volvió un clásico de la escena editorial de Buenos Aires.

02/08/2023: Lectura Maga Etchebarne en Lugar común

El miércoles 2 de agosto a las 20 h, Magalí Etchebarne participó de una lectura junto con Begoña Ugalde, autora de la editorial chilena Pez Espiral, en Lugar Común Libros, una librería del barrio de Coghlan. 

El evento comenzó con las palabras de lxs editorxs de las autoras y continuó con una lectura por parte de ambas. Leyeron tanto poemas como fragmentos de sus cuentos publicados (Los mejores días y Cómo cocinar un lobo en el caso de Maga y Economía de guerra en el de Begoña). La noche continuó entre copas de vino y comida en la misma librería. 

¡Un encuentro hermoso! 

14 al 18 de junio: Furia del libro 2023

Con una valija llena de libros, Tenemos las Máquinas viajó a Santiago de Chile para formar parte de la edición de junio de La Furia del Libro 2023.

Del 14 al 18 de junio, en el Centro Estación Mapocho, estuvimos presentes en una de las ferias de libros de editoriales independientes más importantes de América Latina. La Furia del Libro nació hace más de diez años como un espacio para la visibilización de editoriales independientes y emergentes, donde también se organizan conversatorios, presentaciones y talleres de distintas temáticas relacionadas con la lectura y los libros. Hoy en día cuenta con presencia de proyectos de otros países de América Latina, como Uruguay, Perú o Argentina.

Felices de compartir con otras editoriales en el hermoso Centro Estación Mapocho y de poder encontrarnos con nuevxs lectorxs que se llevaron nuestros libros y que pudieron conocernos.

30/04/2023: Souza + Nina Avellaneda en Argentina

Nina Avellaneda estuvo en Argentina y presentamos su libro Souza, nuestro lanzamiento más reciente.

Estuvo presente en varias actividades en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. El domingo 30 de abril, en el stand de la Provincia de Buenos Aires, la autora conversó con Paloma Vidal acerca de los desplazamientos en la escritura latinoamericana. El martes 2 de mayo, en el pabellón Santiago, ciudad invitada del 2023, Nina Avellaneda participó de un diálogo de escritorxs chilenxs y argentinxs junto a Leticia Rivas, Ricardo Elías y Damián Huergo. El jueves 4 de mayo, la autora estuvo con Magalí Etchebarne y Leticia Rivas en un encuentro con lectorxs en el stand de Big Sur.

Presentación Souza en Céspedes Libros.

El 3 de mayo, la autora conversó con Cynthia Rimsky en la librería de Colegiales. Hubo lectura y firma de ejemplares.

07/12/2022: Fiesta 10 años de TLM

Celebramos junto a Excursiones nuestros 10 años en una noche mágica de baile llena de amor.

03/08/2022: Presentación de La vuelta al perro, de Cynthia Rimsky

Ver video.

La presentación tuvo una puesta teatral planeada por la propia Cynthia. Abrió la noche un video que hizo María Aramburú con las fotos del libro y la voz en off de la autora. Al finalizar, subió al escenario Alejandra Zina a leer su texto, Hernán Ronsino después hizo lo mismo, y para terminar, de forma alternada, diferentes personas se pararon a leer fragmentos del libro desde las butacas blancas del anfiteatro en una sala prácticamente llena. La noche siguió en La Gran Taberna con tortilla, rabas y vino… ¡Fue hermoso!

La vuelta al perro, por Alejandra Zina

Hace unos meses le escribí a Cynthia en plan agente de viajes para que nos recomendara algunos pueblos donde ir a pasar un fin de semana, como no tenemos auto tenía que ser un lugar donde pudiésemos llegar en micro o en combi. Generosa, me contestó con un mail lleno de sugerencias. Terminamos yendo ahí adonde viven ella y María. En un gesto de nobleza, Cynthia nos dijo que el mejor lugar para alojarnos era la posada de unos vecinos con los que mantenían un litigio, así que por ninguna razón debían enterarse que las conocíamos. La noche que quedamos en cenar con ellas, llenamos la heladera de la posada con varias botellas de vino y un pack de cervezas y les inventamos una historia sobre unos amigos que nos pasarían a buscar por la ruta para llevarnos al pueblo vecino. Pero los dueños ni se mosquearon, yo creo que por ellos podíamos emborracharnos solos en la habitación y amanecer pastando con las vacas con tal de que le elogiáramos el servicio, cosa que también hicimos.

Sepan disculpar este desliz autorreferencial. Cynthia y María, no se preocupen que este texto no se va a publicar. Lo que quería decir es que pocas veces sucede que el libro que estamos leyendo y que vamos a presentar transcurra en un escenario que acabamos de conocer. Mientras leía La vuelta al perro no podía dejar de imaginar la maleza de ese jardín que después conocí hecho huerta, ni la casa en construcción que un día quedó bellamente terminada con sus ambientes renovados y la salamandra recién instalada. Desde la ventana del escritorio de Cynthia se puede ver el jardín-huerta y los jardines de las casas vecinas y un poco más allá, la profundidad de un pueblo de apenas tres calles. Lo primero que pensé, mientras admiraba la vista, es qué difícil escribir con esa ventana. Cómo resistir a la tentación de mirar a través de ella sabiendo que eso significa no-escribir. El gran dilema: vivir o escribir. Creo que la narradora (y su compañera carpintera) no tuvieron opción, para salir adelante en ese pequeño pueblo tuvieron que aprender los oficios para entender por qué no salía agua del pozo o por qué se llovía la pared del cuarto, conocer de árboles venenosos y de yuyos sanadores, hacerse valiente manejando una motoneta entre acoplados, saber con quienes se podía contar y con quienes no, o dónde comprar los mejores huevos orgánicos. Sobrevivir en ese lugar donde se habían instalado, con su lógica de socorro y corrupciones, como la ruta poceada por la que se paga un mantenimiento fraudulento. Levantarse cada día con un miedo nuevo: el ataque de perros guardianes, la vuelta de noche por un camino a campo traviesa, el vecino loco que anda a los escopetazos en plena calle.

Después sí, escribir.

Apropiarse de ese mundo vegetal de palabras vibrantes donde habitan espinos de fuego, arbustos ardientes, dichondras y limpiatubos, y de un mundo animal inexplicable donde los insectos se suicidan en la pelopincho.

Me preguntaba por las fotos fuera de foco de María Aramburú. Fotos donde se escapa la precisión, la nitidez, el sentido de representación. Las fotos de María no ilustran los relatos de Cynthia, pero sí forman parte de ese mundo de palabras que no se puede permitir ser impreciso ni desenfocado. Sus fotos transmiten extrañeza, miopía, perturbación, transformando el paisaje rural en un paisaje onírico o pesadillesco. Las cosas se parecen a algo que no podemos confirmar. Una puesta de sol de un día nublado, un árbol pero no sabemos cuál, un silo ¿o será un tanque de agua? Los contornos no están claros, son siluetas aproximadas, manchones, claroscuros borrosos. María, fotógrafa y carpintera llena de soluciones, mira lo que la rodea como si se hubiese olvidado los anteojos en la mesa de luz y caminara a tientas.

En los pueblos, los domingos de tardecita los chicos y los grandes salen a dar vueltas por la calle o la plaza principal para matar el tiempo. La muchachada, también para echarse el ojo. En el momento más duro de la cuarentena en las ciudades, “dar la vuelta al perro” tenía un sentido literal, la mejor coartada para salir del encierro. Una amiga que vive en Barcelona me contó que en España la gente alquilaba perros para poder salir de sus casas sin ser multada. En este pueblo bonaerense la cuarentena no fue mucho menos vigilada. Hubo delaciones, vallado y expulsiones. La excusa de pasear a los perros no funciona en los pueblos. Pero sí la de pasearse a uno mismo.

“Dar la vuelta al perro por el pueblo me aburre y aún no descubro los caminos interiores que me darán alas”, dice la narradora de este libro precioso. Pero a lo largo del tiempo y las páginas vamos viendo que no solo en los caminos interiores le van a crecer alas, también en esos paseos rutinarios, aparentemente gratuitos y desinteresados. A veces las cosas se invierten y miramos por la ventana, o salimos de casa, para encontrar qué escribir. El paseo entonces como un trampolín para volver a la escritura. El paseo como una meditación. Pero también andar distraídos, abiertos a lo imprevisto. Correr el riesgo de perdernos y tener que buscar otros caminos para regresar. Y en ese regreso de la narradora, los modos de decir pueblerinos se entreveran con el y las expresiones sonoras del otro lado de la cordillera: suelta la pepa, trenzarse a combos, la rucia, impajaritablemente (qué palabra tan involuntariamente campestre).

El mediodía antes de volvernos a capital, Cynthia reservó para almorzar en Villa Ruiz, un pueblo cercano. Era un restaurante muy lindo que se llamaba Magnolia. En este viaje me di cuenta de cuántos lugares con ese nombre se desparraman por la pampa bonaerense. Llegamos puntuales y nos acomodaron en una mesa (la única libre, la nuestra), mientras mirábamos el menú volvió la moza con cara de circunstancia para decirnos que no había ninguna reserva a nuestro nombre. ¿Cómo puede ser? Yo estaba presente cuando Cynthia lo hacía en su celular… La moza fue y vino incómoda, desde las otras mesas nos miraban con esa autosuficiencia del que tiene la comida resuelta, ¿adónde había ido a parar nuestra reserva fantasma? Finalmente lo supimos, a un restaurante que también se llamaba Magnolia pero que quedaba en Chile. Con hambre y humillación tuvimos que buscarnos otro lugar.

Se me ocurre que esta confusión (o superposición) de restaurantes, el Magnolia de Villa Ruiz y el Magnolia chileno, podría ser una especie de fábula sin moraleja sobre la escritura de La vuelta al perro, donde se superponen países y lenguas (las variaciones del castellano, el hebreo), recuerdos de infancia y juventud, libros leídos y libros escritos, la naturaleza salvaje y la domesticada, la vida de ciudad y de provincia, historias sagradas y profanas; todas esas cosas que, sí, caben en un paseo.

Una relectura para inventar, por Hernán Ronsino

Unos meses antes de comenzar la pandemia me llegó un libro de un autor que desconocía. El libro contaba en modo de crónica, de diario de viaje la historia de un hombre que se iba a vivir durante seis meses a una cabaña junto al lago Baikal, en Siberia. Iba a pasar desde el invierno hasta la llegada del verano allí. Solo, con algunos libros y algunas botellas que lo acompañarían. La experiencia de Sylvain Tesson, el escritor y aventurero francés, me interesó muchísimo por la forma de pensar la relación con la naturaleza, por la forma de pensar la idea del viaje y del confinamiento. El viaje lo hizo en 2010. El libro se llama La vida simple.

Hay algo que dice Tesson en ese libro que lo pienso en estrecha relación con La vuelta al perro de Cynthia Rimsky. Tesson recorrió el mundo en moto, subió al Himalaya, escaló catedrales, se cayó y (para decirlo en chileno) se sacó la cresta. Ahora en esta vivencia en Siberia después de tanto explorar el mundo propone viajar pero quedándose quieto. Es decir, explorar la aventura del arraigo.

Todos conocemos la obra de Cynthia que tiene al viaje como gran tema, el cruce entre crónica y ficción. En su libro anterior, La revolución a dedo, hace allí la reconstrucción de un viaje. A partir del recuerdo y de testimonios vuelve a un viaje de los ochenta a Nicaragua, un viaje atravesado por una revolución posible. La revolución a dedo me parece un gran antecedente de La vuelta al perro: porque En la revolución a dedo se evoca y reconstruye un viaje vivido.

La vuelta al perro es, entonces, siguiendo la idea de Tesson, la exploración de un arraigo posible. Un terreno en el medio de la pampa, un viaje sin moverse tan lejos. Descubriendo el universo en los detalles, en la inmensidad de los hormigueros que se camuflan entre las hojas secas. La complejidad de las bombas de agua y las napas, esa figura mitológica que se nombra y no se ve y que solo tenemos referencias por la llegada a veces del agua.

Cynthia cuenta esta aventura del arraigo en un contexto de pandemia y aislamiento. Allí se despliega una fauna pueblerina notable: los vecinos, el campo de Machi, las gitanas, el escritor frustrado, el sodero. Pero además se despliega un paisaje que insiste en ser nombrado: el camino de tierra, las calles, el avance del monocultivo, el negocio del loteo. Viajar de noche en moto por un camino rural. Los bichos, sapos, pájaros. Y los fantasmas de la pampa, inevitables.   

Pero también en este libro hay, entrelazado con las fotos difuminadas de María Aramburu, una reflexión constante sobre el proceso de escritura, sobre la manera en que mira una autora y sobre sus condiciones de producción. En el capítulo final, que me parece una pieza bellísima, se cuenta la espera de una tormenta y la historia de esa tormenta. Para llegar a una idea en el cierre del libro que condensa, creo, una propuesta estética de Cynthia. Dice: “Lo que distingue esta tormenta de las demás es que existe la posibilidad de repensar la pregunta por la historia que se va a contar”.

En el verano que pasó, apareció en la revista Santiago una nota de Cynthia sobre Aira. Es un viaje en verdad, literario y real, hacia el almacén el Ombú. Hay un momento de la nota que me interesa citar: “Desde que compré la moto y descubrí la existencia de estos caminos interiores que difícilmente aparecen en los mapas, vengo preguntándome por la libertad con la que Aira inventa a los y las mapuches, al ejército, a los funcionarios del estado, a los inmigrantes, a los viajeros europeos que vinieron a construir el tren o a estudiar la naturaleza en los siglos XVIII y XIX”.  

La pampa aparece así como un laberinto de caminos desconocidos, llenos de posibilidades. “Hay días donde necesito ir más lejos”, escribe Cynthia. La pampa como un reflejo, no del mar, sino de la imaginación. La posibilidad de repensar las preguntas por la historia que se va a contar. O como concluye en el artículo de la revista Santiago: hacer una relectura para inventar. Esa propuesta, hacer una relectura para inventar, ruge con fuerza en este hermoso libro, como ruge el motor Villa, insistente, buscando agua.

5, 6 y 7 de agosto: Feria de Editores 2022

Ya sin tanto barbijo y con un panorama económico muy desfavorable con el costo del papel y de producción por las nubes, participamos otro año en la FED.

Felices de encontrarnos una vez más con lectorxs que se llevaron nuestros libros y autorxs que pasaron a visitarnos por el stand.

03/04/2022 PRESENTACIÓN DE FLORA Y FAUNA, DE LETICIA RIVAS

Flora y fauna, por Magalí Etchebarne

El viernes a la noche mi hermana me llamó por teléfono para llorar. Me di cuenta por la voz y por cómo quería pasar rápido del cómo estás cómo estás para ir de lleno a su tema. Pero le dije, yo también estoy mal, yo también quiero llorar, entonces empezamos a pelear porque desde que nuestros padres no están, ella acapara los dramas. La discusión nos llevó a no llorar y por lo tanto a cambiar de tema, a olvidarnos de por qué queríamos llorar, a reírnos y después a cortar: chau, mañana hablamos, acordate de borrar esa foto en la que parezco un mono. 

Supongo que eso, el drama un poco envuelto en comedia, o mejor, la comedia esperando muy cerca del drama, y al revés, es la forma en la que solemos vivir, pases en la coreografía que hacemos todo el tiempo —en la vida, en la conversación— y que cuando esto se da en el arte, especialmente en la literatura que es lo que hoy nos convoca, cuando la literatura abraza esta paradoja de opuestos que conviven, esos límites imprecisos entre la comedia y la tragedia, uno siente como lectora, como lector, que está frente a algo grande, ¿una respuesta? Quizás la certeza de que nada tiene demasiado sentido, que para llegar a la belleza hay que lastimarse bastante, y que más temprano o más tarde se va a tratar de hacernos sonreír en el abismo, leer revistas en la tempestad.

Uno podría decir que en este libro de Leticia Rivas esos límites entre lo que es gracioso y lo que es triste, entre personajes que se sienten solos o en complicidad con otra, la adrenalina de conocer a alguien y el desencanto mortal, son difusos. Aunque hay todavía algo más superador en este libro y es que esta fuerza de opuestos que se complementan aparece resplandeciente hecha carne en la figura de las mellizas: centro caliente que late en casi todos los cuentos. 

Estas hermanas oraculares, sensibles y elocuentes, síntesis de una tradición literaria que ha puesto siempre a la figura de las hermanas como raras entidades temerarias, —pienso en la figura del doble, pero también en el peligro de la hermandad entre mujeres, ¿qué pueden muchas mujeres juntas, unidas, haciendo correr un rumor?, ¿qué peligro vivo representan agarrándose entre ellas?— aparecen en estos cuentos diferentes etapas de su vida y se amalgaman, se funden o se distancian.  

Hay un epígrafe al comienzo, unos versos de un poema de Daiana Henderson que dicen «Quisiera preguntarte si es que olfateabas ciertas tragedias, o simplemente las esperabas», que me indicó leer este libro en esa clave: las hermanas como oráculos, la escritura como premonición, y a hacerme todo el tiempo esa pregunta que también se hacen estos cuentos: ¿qué es ser melliza? Pero también ¿qué es ser hermanas? 

¿Qué es ese vínculo financiado a veces por la sangre o la crianza, por la infancia en común? ¿Qué es esa amistad viscosa?, ¿quién es esa otra que está tan cerca de una, tan adentro del corazón, y que el tiempo vuelve cada vez más rara, más necesaria, tan incomprensible? ¿Qué y quién es esa extraña conocida? Fuente de envidia, de diversión, de consuelo, ídola, enemiga. 

En la literatura, en general, las peleas entre hermanos varones desatan la tragedia. Son separados a la fuerza y eso desencadena guerras y castigos. Se complotan para matar al padre. Pero en la literatura sobre hermanas uno lee una comunión en la desgracia, la ronda de chismes, la canción de los rumores que mueven montañas, y el peligro es que esa hermandad enceguece a las mujeres, como las bacantes que se vuelven locas de frenesí y son capaces de matar al hijo. La literatura escrita por hombres, me atrevo a decir, ve en la hermandad entre mujeres una fiesta desvariada, que se torna peligrosa en el uso de la palabra y en el poder que conlleva. Mientras que los hermanos varones lo resuelven con violencia física, las mujeres se las tienen que ver en la guerra del lenguaje. 

En Flora y fauna, las hermanas se acompañan se funden entre sí, se mezclan, se «aturden», señala bien Falco en la contratapa. En “Bosque de mellizas”, Elisa y Pamela van a una fiesta extravagante e inquietante en Puerto Madero, una fiesta de dobles. La consigna es poco convencional, pero tienen que ir vestidas iguales. «Vamos a tener que estar toda la noche así, no quiero mostrar los brazos», le dice Elisa a Pamela en una frase que confunde el cuerpo propio con el de la otra. 

En «Paraná» las hermanas huelen el derrumbe y bañan a una abuela que ahora usa pañales, la sacan de su casa para siempre en silencio y evitando las preguntas; cogen con tipos (como en «Startac») y se meten en relaciones, cito, «vaporosas y desangeladas», se consultan antes de ir a un telo, hablan y hablan antes de dormir, pierden tiempo, ganan poco, se escapan a África, se inseminan. 

El sexo aparece en besos babosos con olor a saliva, un perfume dulce y pringoso, un hombre que se frota improvisado y brusco. Y más adelante, en “Una oscuridad sutil”, el sexo reaparece como un camino de indicaciones, un esfuerzo: Elisa que baja en la parada indicada a la hora indicada y espera al costado de la autopista para que él la pase a buscar, ¿aparecerá? Y al final, aunque todo en esa noche avanzara, la certeza de que una amargura de plomo la va a atravesar.

Cuando terminé de leer este libro, le mandé un mensaje a Leticia en el que le dije que me había emocionado y también que el último cuento es un cuento que me hubiera gustado escribir. No es algo que dije por decir. Es trillado decir que la literatura pone en palabras lo que uno no conoce, o a lo que uno conoce, pero no reconoce, que la literatura extraña lo conocido; pero voy a caer en lo trillado: este cuento vino a ponerle palabras a un mazacote de emociones y sensaciones y de ideas que se arremolinaban sin poder ver la luz, y cuando uno lee y eso pasa, se agradece, decía un profesor que tuve. Uno levanta la vista de la página y sabe que está frente a un instante despegado del tiempo. 

El cuento se titula «Nube» y en él Elisa, una de las mellizas, va sola a una clínica de fertilidad asistida para iniciar una inseminación. ¿Qué tiene este cuento? Una idea central y potente, sentimientos dolorosos contados con una naturalidad increíble, una emoción muy compleja desarmada con talento en escenas notables. La idea de que la maternidad es, a veces, e irremediablemente a una edad y no a otra, no tanto una ilusión luminosa, sino algo más parecido a un sol tapado por nubes, una pregunta como un aguijón por el deseo y por la raíz del deseo, que la época responde con soluciones muy prácticas, una bolsa llena de cajas de jeringas y frasquitos envueltos en telgopor y hielo, dice, cápsulas nutricionales, estudios, pastillas para la estimulación, y un coro de moiras que invitan a que te visualices siempre empoderada. Si querés podés, le dicen las demás mujeres del grupo del que ahora forma parte, «atrapadas en una red que no aceptaba verlas vencidas». 

Pero dice también: «El problema no era si se podía elegir, (…) la naturaleza podía ser cruel, dejarla sola y arrepentida, como una vagabunda en la ruta. ¿Le gustaban los bebés? Para ser honesta, no le atraían demasiado». Al final, cuando Elisa espera que eso minúsculo en su útero sobreviva, le manda un mensaje a su hermana que está en África con la pregunta que parece ser la que más le importa: «¿Cuándo volvés?».

Una diría que este cuento toma ese eslogan tan en uso, que dice que es la época de nuestro cuerpo y de nuestras decisiones, que una elige, y tiene que elegir, y entonces Leticia lo retuerce, lo estruja y se pregunta con una ternura y una honestidad que desarma, y una incorrección sutil y necesaria: «Esa idea del deseo, ¿cómo darse cuenta?». 

Pienso que este cuento es un acierto fabuloso y un cierre perfecto para un libro que maneja los opuestos con maestría, con una destreza que parece decir, no me cuesta nada hacerte reír, ahora hacerte emocionar. Flora y fauna es un libro repleto de dobles, y es sobre todo una definición de la sororidad como solo una definición inteligente de la sororidad puede serlo, llena de lealtad y repleta de contradicciones. 

Flora y fauna, por Santiago Nader

«¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» contesta Caín. ¿Qué es un «guardián»? ¿Qué es un «hermano»? ¿Qué es una «hermana»? ¿Acaso somos nosotras guardianas de nuestras hermanas? ¿Qué pasa si nuestras hermanas resultaran, prácticamente, un reflejo absoluto y a la vez distorsionado, magnificado y desaforado de nuestro ser? ¿Qué tanto o tan poco importante resulta en mi vida que exista un sujeto en el mundo que es, en verdad, idéntico a mí y a la vez diametralmente opuesto? 

Una conclusión express que podríamos sacar de Flora y fauna si leyéramos tan solo sus primeras páginas es que este es un libro sobre el apego. Un libro que acaba en la idea común de: «No puedo vivir sin mi hermana», o «Mi hermana lo es todo». Pero, a tan solo unas pocas páginas de un primer cuento divertidísimo que prácticamente burla a la cultura estigmatizante de los mellizos como entes indivisibles o pluralidades interminables, nos damos cuenta de que este libro se trata, más bien, de todo lo contrario: este es un libro sobre la individuación. Este es un libro que traza el recorrido, sí, de dos hermanas (y de las personas que las rodean), pero el tratamiento narrativo que Leti le da a sus protagonistas es asignarles una existencia válida fuera del dúo, fuera del par. Con sutileza y con perspicacia, este libro sugiere que una melliza es un ser en sí mismo, una realidad en sí misma, un conjunto de decisiones en sí mismo, más allá de su hermana. 

De cualquier modo, aunque bien una es una y la otra es la otra, la melliza está ahí. La melliza pregunta, responde, comenta, acompaña, le escribe a la otra, le ayuda a la otra, le dice a la otra que haga o no haga, antagoniza a la otra, por qué no; está siempre flotando en un éter, y siempre se puede acudir a la hermana con solo dar vuelta los ojos cerrados, mirar las neuronas, bucear unos metros profundo en la mente. Y ahí, se aparece su voz. O su cara. Acompaña. En Flora y fauna, lo que comparten estas hermanas, por sobre todo, es un contexto: una familia, una manera de ser criadas, una batería de recuerdos y de experiencias. Pero cada una de ellas se relaciona con todo eso desde su sitio, desde su propia forma de ver. Estas hermanas no son iguales, pues dos personas no son iguales de ningún modo, en ningún planeta. 

Lo que sin dudas comparten es una línea del tiempo, una brújula: nos traen al mundo en el mismo momento y, ya sea que hagamos las cosas más juntas o menos, crecemos oyéndole el pulso a la otra. Sorteamos la familia, la escuela, el trabajo, la vida amorosa; nos hacemos adultas juntas. Y, aunque vivamos en solitario estas experiencias, vos estás para mí. Y yo estoy para vos. Existís en mi mundo, no voy a negarlo. Estás y, en principio, me gusta que estés. Aunque no te lo diga jamás: no hace falta decirlo, ¿verdad?  Lo sabemos. Lo más lindo de este libro es que los mapas vinculares que están grabados a flor de piel no son arquetípicos, ni obvios. Estos mapas vinculares se despliegan a medida que las páginas transcurren y las memorias e interacciones se van asentando, interconectando, contradiciendo. Estos mapas vinculares se entrecruzan mientras se narran experiencias, percepciones sobre cómo Elisa, Pamela o sus allegados habitan el mundo. 

Flora y fauna comienza con una cita que no podría pertenecer a otro libro más que a Claus y Lucas, de Agota Kristof. La escena que contiene esta frase es la siguiente: 

Es por la noche. Nuestros padres creen que dormimos. En la otra habitación, hablan de nosotros. 

Nuestra madre dice: 

—No soportarán estar separados. 

Nuestro padre dice: 

—Solo se separarán durante las horas de colegio. 

Nuestra madre dice: 

—No lo soportarán. 

—Pero hace falta. Es necesario para ellos. Todo el mundo lo dice. Los profesores, los psicólogos. Al principio les costará, pero luego se acostumbrarán. 

—No, nunca. Lo sé. Los conozco bien. Forman una sola persona. 

Nuestro padre levanta la voz. 

—Justamente, eso no es normal. 

Flora y fauna no es un libro sobre hermanas, únicamente. Este también es un libro sobre madres, sobre abuelas, sobre erotismo. Este también es un libro sobre chongos sensibles, noviecitos normales, varones imbéciles. Este es un libro sobre momentos que se parecen a una verdad, a una realidad, pero valen más, porque hay corrimiento. Porque Leticia, con mucha astucia, despliega varios procedimientos muy diferentes para decir que quien habita estas páginas no es ella, ni su melliza, sino una versión condimentada, tamizada, estacionada de la verdad. ¿A quién le importa la verdad? Lo acontecido es un puntapié, una excusa regia para bailar en la fiesta de máscaras que implica sondear la experiencia personal en el mundo y sublimarla en un cuento. 

Más allá de un universo riquísimo en personajes, acontecimientos y texturas, lo que provoca el placer en la lectura de este libro es la claridad con la que Leticia se comunica. La claridad con la que ella dispone el mundo que se propone narrar nos hace sentir que alguien nos tiene en cuenta. Y, en estos tiempos, que alguien nos piense mientras escribe y despliegue un relato con la intención de hacernos disfrutar del recorrido, de que acompañemos sus ficciones, se vuelve un mimo en nuestra experiencia como lectores.