28/05/2024: Así fue la presentación de Las cosas menores, de Giuliana Migale Rocco

La presentación tuvo lugar en Amorada Arte, un espacio artístico que está en donde hubo por muchos años una blanquería emblemática del barrio de Villa Ortúzar.

La noche comenzó con la presentación de Clara Muschietti y Agustina Muñoz con unos textos especiales para el evento. Luego continuó una lectura por parte de Delfina Kavulakian. Para coronar Macu Venancio realizó una presentación de power point performática sobre la importancia del libro, de la escritura y del arte. Cerramos la velada con fotos, copas de vino y charla.

En nuestro newsletter de junio podés ver power point performático de Macu Venacio.

Las cosas menores, texto de Clara Muschietti

“¡Qué linda tapa!”, “¿es de poesía?”, “¿de qué trata?”. “Sí, es muy linda”, dije, y pasé la mano, otra vez, por la tapa de Las cosas menores, de Giuliana Migale Rocco. Suavemente, como si acariciara a un ser querido. Es algo que hago sólo con ciertos libros. “No, no es de poemas, bueno, hay un poema, pero es narrativa, es un libro muy poético”, contesté. Qué raro es decir que algo es muy poético, ¿no? Suena pretencioso, pero este mundo es así y hay cosas que son muy poéticas, como este libro.  “¿Y de qué trata?” En ese momento contesté algo que no recuerdo, algo que no me convenció. Ahora contestaría: de la vida de alguien joven, de los helados, de las obras de arte, de los ex novios, de llorar o no llorar, de las patadas voladoras, de un secreto, de tener una visión particular de las cosas (esto no está en el libro, esto es el libro), de emigrar, de la amistad, de los proyectos, de maquillarse, de Perú, del duelo, de la religión, de lavar la ropa, de tener una madre, de no tenerla, de las poetas, de los poemas, de los poetas, de la comida, del pelo, de no comer, de los desconocidos, de generar belleza y potencia con tu visión particular de las cosas (esto no está en el libro, esto es el libro), de ciudades, de dinero, de un padre, de lo que se hereda, de los nombres que se pone la gente, de las relaciones conflictivas, de las botas de cuero, de la humedad, de enfermedades, de un cuerpo normal, de “que un cuerpo normal no significa nada”, de besar y de desmayarse, de personas amadas, de barriletes, de llamarse Mario y ser poeta, de Dina, de Macu, de Alfonzo con Z, de personas disfrazadas de dálmatas en un cumpleaños infantil. Me detengo acá, podría seguir, pero me detengo porque con las personas disfrazadas de dálmatas llegó la primera carcajada sonora, sí, la primera de muchas. 

Estaba leyendo Las cosas menores en un bar de esos modernos en los que tenés que pedir en la caja. A la chica que leía al lado mío la tenía prácticamente pegada. Yo leía y miraba mi celular. Ella leía y miraba su celular. Cuando me reí, cuando salió la carcajada, me miró fijo durante unos segundos. Cuando volvió a mirarme, medio minuto después, entendí que había querido saber si la risa era por el libro o por el celu, y que esta vez quería saber de qué libro se trataba, la entendí, y lo giré para que pudiera ver la tapa, lo dejé unos segundos y ya no volvió a mirarme. Cómo no la voy a entender. Qué privilegio leer un libro conmovedor, inteligente y gracioso, pensé mientras la chica se levantaba y se iba. Qué privilegio, y qué necesario. Ojalá que se lo compre. Ojalá que la acompañe como a mí.  Qué genial sentido cobra la vida cuando un libro se queda en tu cabeza y en tu corazón. Qué genial cuando lo dejás un rato porque te das cuenta de que quedan pocas páginas, qué genial leer y sentir admiración, y qué genial cuando volvés a agarrar el libro porque lo extrañás. Y qué genial, pero qué genial cuando encontrás en él una respuesta a una pregunta que ni sabías que estabas haciendo.

Las cosas menores, texto de Agustina Muñoz

Conozco a Giuliana desde hace más de tres años, y hasta leer su libro, no sabía casi nada sobre ella. Cuando empecé a leer, me puse a pensar si diría que es una persona reservada, o silenciosa, tímida quizás. Creo que en todo caso diría que preserva lo íntimo, lo cuida. Las cosas menores, es sin embargo, un libro sobre ella, o sobre alguien que se parece a ella. Sobre alguien que se abre y se escabulle a la vez. Como alguien a quien le dan pudor las escenas sentimentales, pero cita todo el tiempo poemas y autoras que no regatean en emoción y maravilla ante el mundo. Ahí están sus días, sus noches, su madre, su padre, su cuerpo, su amantes, sus amigues, sus jefas, sus trabajos y sus libros. Qué misteriosas son las personas, pienso. Y qué suerte que sea así.

Una vez, leí que Grete Stern, cuando escribe sus memorias –a las que le pone de título Autobiografía de Alice B Toklas, que era el nombre de la que fue su novia durante más de veinte años– dijo que le puso ese título porque si iba a contar su vida, necesitaba una distancia y un juego, que si no se iba a morir de solemnidad y no iba a poder. “Una distancia que fuera consciente de que no hay nada más ficcional que la idea de poder contarse”, dijo. Pero Stern dijo también que ese libro suyo trata sobre el momento previo a que la Segunda Guerra Mundial terminara con todo. Y que eso, lo tenía que contar alguien en primera persona porque hay veces que inventar personajes es ridículo.

Me quedo pensando en la necesidad de la primera persona; o en su contrario, en endilgarle todo a una tercera. En los pactos que implican cada una. La primera persona de este libro, nos cuenta secretos hondos. Y nos comparte pedazos de textos de otras personas, las citas que seguro subrayó en sus libros, las que cuando leyó, le iluminaron el día, o la noche. La voz es también poco egoica. Las escenas nunca están enteras, esa puede ser una manera de distancia. Ni empiezan ni terminan. Se las entrega y se las analiza poco. Se van acumulando. Frases sueltas, apreciaciones, adjetivos, algunos momentos con ciertos detalles, pero nunca el todo. Lo frágil y lo determinado están ahí, aún siendo. Y van armando un ritmo que es también una huella, como algo se abre para después cerrarse. Una maquinaria de la latencia, del peso y la levedad. Cuando lo vuelvo a leer me doy cuenta de que hay ahí un trabajo milimétrico.

Esa distancia estética habilita contar, moldear los sentimientos y calibrar la entrega. En la página, esos saltos en blanco, esos aires son también lo que queda después del contacto, lo irreversible. No se cuenta lo que queda en el cuerpo después de haber vivido algo, se lo deja ahí flotando entre esos enter de párrafo aparte. Cuidadosamente alojados ahí, entre esos pedazos de aire, de silencio, de espacio en blanco, sin rulos ni interpretaciones. Esa conciencia de que, como dijo la poeta Elizabeth Bishop, detrás de toda vida hay un cuerpo haciendo cosas. Atravesando paisajes y escenas desde que se levanta hasta que se acuesta.  

¿Qué clase de refugio, de poder, de salvataje implica la literatura? Giuliana, que preserva la intimidad, la cuenta en este libro como si lo privado fuera una especie de lenguaje sagrado en el que hay que iniciarse. Requiere de un tiempo, de una cercanía, también de un velo. Giuliana llama a eso las cosas menores. ¿De qué otra manera se cuenta si no? Una persona y su vida como algo que tiene entre manos, una madre que muere en un auto una mañana cualquiera y deja entre sus cosas una nota de Deepak Chopra sobre el dinero y la abundancia como algo que nos espera a todas si lo deseamos verdaderamente. Una hija nunca va a saber cómo lidiar con eso, con la muerte de la madre, qué hacer, pero el día llega, y la hija, hace. Después una puede decir “cuando murió mi madre tal y tal cosa”, pero ese día se hace algo que no se hizo antes ni se volverá a hacer, como un personaje a interpretar, desconocido y prestado, al que no vamos a volver a encarnar. Un padre que no sabe cómo cuidar, el alquiler que se paga, un viaje en taxi en el que un tipo te pregunta qué somos, todos esos libros y amigas que sostienen, y en el medio los colectivos, lo que se va aprendiendo, el trabajo diario en un museo, eso en lo que se deviene por el mero hecho de repetirlo, de practicarlo a diario, una manera de mirar, de sentir, de pensar y valorar las cosas. La vida como ese aprendizaje en soledad en el que hay que granjearse guías y compañías para los bailes, las noches y los duelos. Y el cuerpo, que está siempre ahí. Que en este libro además, es como el detrás de escena, el lugar donde se manifiesta la sombra de todo lo demás. “Porque el cuerpo es, es y es y no tiene lugar donde esconderse”, dice en un poema Wislawa Szymborska, una de las poetas madrecita de Giuliana y me parece que le sienta a este texto muy bien. Porque las palabras acá nos quieren contar de ese cuerpo, nos acercan a él.

Todo el tiempo que quiero abrazar a Giuliana, Giuliana se escapa un poco, pero después escribe este libro. Como si ese cuerpo encontrara en la literatura y en las palabras la forma perfecta para atizar el encuentro. Y pienso entonces en las formas del amor, infinitas y diversas. En todo lo que hace que los cuerpos se alejen y se acerquen, pidan, digan, se entreguen y se brinden, se marchiten, se avergüencen o sigan vibrantes. En cómo nos enseñaron a ser algo y después encontramos por suerte todos esos libros y obras y personas que nos enseñaron otras cosas y nos salvaron. Como el camino de regreso a casa de los cuentos de hadas, Giuliana desparrama de mensajeras todo el libro. Porque para mí, éste es un libro sobre maneras de salvarse. Ese trabajo diario, constante, y muchas veces, menor. 

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